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Leonel Rugama: El estudiante y la revolución

«Si en la labor que realizamos dentro de la masa para su propia liberación se necesita nuestra vida, sembrémosla sin esperar que sea mencionada en la historia de las generaciones. Pero estemos seguros de que nuestros huesos son la columna de esa historia».

Con ocasión del 74 Aniversario del natalicio de Leonel Rugama, el equipo de Barricada te propone el ensayo titulado «El estudiante y la revolución«, escrito en Estelí en el año 1968. Leonel lo escribió cuando tenía 19 años. En estas páginas, que ofrecen una profunda reflexión de carácter político-ideológico, encontramos su mística y su convicción inquebrantable.

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La revolución

El concepto amplio de revolución implica el cambio a normas pre-establecidas; dichas normas involucran bien a un individuo, a un grupo o a un conjunto de grupos.

Se puede considerar que toda revolución es función de la evolución humana, ya que ésta lleva impresa una velocidad pasmante y el recipiente que contiene al hombre se torna obstáculo para su propia evolución: debe romperlo, igual que a los forjadores de su límite.

La trayectoria desde el engrandamiento de la idea hasta la activación del cambio (permutación) es lo que se considera revolución.

Si hay normas que obstruyen o mutilan el íntegro o parcial desarrollo humano, se debe activar la revolución para lograr la integridad humana en la mayor parte de sus fases.

Esta revolución comprende (y compromete) a todos los afectados por las normas anteriores; se presenta, exactamente, como un deber de defensa. Al no activar la revolución contra las normas aplastantes se comete un suicidio, puesto que las normas destruyen, y estuvo en capacidad de destruir las normas.

La revolución también compromete a los visionarios que no son directamente afectados por la dureza de las normas, pero si conocen esa realidad, tienen el deber de activar la revolución, pues los oprimidos fácilmente mueren ignorando la realidad de su muerte. La culpa cae entonces sobre los visionarios, convirtiéndose en criminales.

Formas de la revolución

En todos los tiempos la activación de la revolución se ha llevado a cabo en dos formas:

  1. Revoluciones pacíficas, es decir, aquellas que persiguen un cambio sin esfuerzo físico y con un su-per-esfuerzo intelectual. Se yergue como clásica la revolución de Ghandi en la India. También el cristianismo logró su establecimiento a base de una revolución pacífica.

El pacifismo no supone falta de combatividad en la lucha revolucionaria; por el contrario, muchas veces las represalias y obstáculos que encuentra son enormes.

  1. Revoluciones violentas: son el producto de un estado máximo de opresión. Una revolución violenta viene a ser el único camino que le queda al hombre. Si con el triunfo de ésta no se logra totalmente la propia integración, por lo menos se hereda a los descendientes la integración y la dignidad humana.

En la revolución violenta sobresale el poder de la fuerza física, pero es absolutamente necesario que esté controlado por el intelecto de manera directa. La revolución no triunfa si no se combina la fuerza bruta y el trabajo intelectual.

Campos de la revolución

Los campos en los que la revolución se desenvuelve ofrecen gran cantidad y diversidad.

El campo más reducido de una revolución es el campo subjetivo; pero no por el hecho de ser reducido plantea menores dificultades: hay luchas sangrientas en pro del triunfo de una revolución interior.

Luego se presenta la revolución en el matrimonio, el hogar, la colonia o barrio, el departamento o ciudad, el país, el continente y el universo.

Todas estas revoluciones conforman una sola revolución. No obstante, puede llamarse revolución prima a la liberada en el propio interior.

Generalmente se asciende de grado en la revolución, cuando logra un triunfo eficaz en cada uno de los momentos. El logro de la revolución personal hace alcanzar al individuo una visión racional de los acontecimientos. Éstos, naturalmente, suelen presentarse favorables o desfavorables. Todos los campos están llenos de sacrificios y escollos; y sólo es posible avanzar endureciendo la voluntad, fuerza santificante del revolucionario. La rudeza de la lucha sólo se logra saboreando desde el grado más bajo.

Etapas de la revolución

Toda revolución atraviesa dos etapas fundamentales, que revisten una dureza relativa al caso que trata de revolución. Cuanto mayor sea el cambio planteado por la revolución, mayor será el rigor de sus etapas. En su expresión más elemental, considero que son dos las etapas marcadísimas por las que toda revolución debe pasar: a) Destrucción; y b) Construcción.

  1. a) Destrucción. Cuando se persigue un cambio, es preciso limpiar el sitio donde deseo hacerlo. A esta limpieza se le denomina destrucción. Entre mayor es el cambio, más terreno habrá que limpiar para poner el permutante. Pero por pequeño que sea el cambio, la etapa destructiva tiene siempre un matiz de dolor.
  2. b) Construcción. Una vez finalizada la primera etapa, el terreno está listo para poner el permutante. En la etapa de construcción hay que prever y doblegar a dos fuerzas que tratan de obstaculizar los avances de la revolución. La primera está constituida por los constructores de lo ya destruido, personas inconformes que únicamente satisfacían sus necesidades y lujos personales. La segunda fuerza la componen los oportunistas quienes, al ver el terreno listo, tratan de usurparlo para lograr su propio bienestar.

La trascendencia de esta etapa se hace más evidente con una simple afirmación: construir requiere mayor intuición y habilidad que destruir.

Clases de revolución

Las revoluciones se presentan de dos clases. La primera clase es aquella que se presenta cuando los cambios son absolutamente necesarios e inevitables, y que se propone sustituir normas humanas por reglas humano-integrales. Esta revolución la activan individuos honestos que no quieren suicidarse con las normas conocidas. En esta revolución también forman parte activa los llamados visionarios, personas que se niegan a manchar sus manos con la sangre indeleble de los oprimidos.

La segunda clase de revolución se presenta cuando los cambios son innecesarios y contraproducentes. Se propone cambiar normas necesarias por reglas bestiales-destructivas. Esta revolución es activada por opresores que persiguen su reducido y transitorio bienestar. Generalmente es efectuada por mercenarios y criminales a sueldo.

Tesoneros de la revolución

Las revoluciones han tenido, tienen y tendrán sus tesoneros. En las revoluciones justas, son hombres de una elevada mística revolucionaria y de un espíritu de sacrificio acorde con una fuerte voluntad. En mi concepto, un revolucionario de la naturaleza es un santo militante en pro de la humanidad.

«Este tipo de lucha nos da la oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana; pero también nos permite graduarnos de hombres». – ERNESTO GUEVARA

«Como si la lucha no es el más alto de los cantos y la muerte el más grande». «FERNANDO GORDILLO

Careamiento con la revolución

Cuando se padece una situación y se objetan sus formas de resolución, es deber del individuo atender y analizar las maneras adecuadas de solucionar el problema.

Ya he recalcado anteriormente que los primeros que logran comprender el problema no son las propias víctimas de la situación, sino los visionarios que se encuentran exentos de determinadas presiones.

Quiero hacer hincapié en algo: al sufrir un grupo de individuos una intolerable situación de violencia, todos nos encontramos en el deber de enfrentarnos a la realidad. Unos para separarla y otros por honestidad y vergüenza humana.

El individuo no debe quedarse en el análisis infructuoso de la situación; el análisis debe servirle para llegar a una situación teórica del problema y, luego, debe llevarle a la activación de la teoría. Llegado al conocimiento pleno de la urgencia del salto revolucionario, debe tenerse la hombría de encararse con él. Este paso hace flaquear a una gama de conformistas seudorrevolucionarios. Muchos se ven turbados. Y los únicos que superan este estado son los individuos honestos, que pasan a ser auténticos revolucionarios. Los demagogos que se quieren hacer pasar por tales, con el tiempo descubren su gran vacío de conciencia.

También es notorio que la comprensión de la realidad revolucionaria llega primero a un reducido grupo, y que paulatinamente dicha realidad penetra en todos los campos.

Al llegar al grado máximo de careamiento con la realidad, incluso quienes la han asumido pasan por etapas de profundas confusiones y dudas, dificultades que no pueden ser superadas sino con la fuerza de la convicción.

Después del careamiento con la realidad revolucionaria, muchos aún no se orientan hacia ella. Están amarrados a lazos afectivos y familiares. No comprenden que el compromiso es la columna fundamental de una generación determinada. Sila revolución clama por el abandono de los propios afectos y lazos, el revolucionario debe abandonarlos en aras de una causa justa.

Hay otra gama de individuos: los que habiéndose careado con la realidad revolucionaria, son incapaces de activarla. No hay método más bochornoso ni mentira más premeditada […]

Obligación del individuo con la revolución

La necesidad de la revolución nace de situaciones precarias. Si el individuo se ha careado con la realidad revolucionaria, se encuentra en la obligación de activarla.

El individuo es social en primer plano y, antes que todo, social. Por eso debemos tener presente el caso de la América Latina como un bloque, un conjunto. Nosotros, los miembros de esta generación, tenemos una sola meta, una sola columna que hacer girar. Tenemos también la sangre que ilumina nuestros rudos pasos: la de nuestro hermano mayor SAN ERNESTO CHE GUEVARA. Somos la generación comprometida con la situación.

Se nos presentarán obstáculos queriendo detener nuestra marcha.

En primer término, ese afán mediocre de querer VIVIR OTRO MOMENTO SÓLO POR VIVIR, SIN DARNOS CUENTA DE QUE SI NO ORIENTAMOS NUESTROS ACTOS A LA LIBERACIÓN DEL PUEBLO, LO QUE HACEMOS ES CONDENAR MÁS AL PUEBLO QUE ES INOCENTE.

El mismo temor de entregarnos a la vida sacrificada y de auténtica mística revolucionaria, es lo que nos hace caer en el más fatal conformismo. O nos hace esperar que la situación se solucionará de un momento a otro sin poner de nuestra parte; o bien, esperar que otros la solucionen.

Aún no logramos comprender que la entrega total de nuestra vida orientada a la liberación del pueblo representa nuestra MUERTE, pero que con ella estamos dando VIDA. El deber del revolucionario es hacer la revolución, sin saborear la idea de ver el triunfo.

«La revolución para nuestra generación debe ser la comunión para sublimarnos en la especie».

Un futuro jugoso no debe ser traba para detener nuestro ideal revolucionario. Nuestra misión es inconmensurablemente humana, y es por eso que supera cualquier otra misión.

Obligación del estudiante con la revolución 

Me refiero en este apartado a los estudiantes que han superado la etapa intermedia educacional, es decir, a los UNIVERSITARIOS. Considero que en su mayoría se encuentran en maduración, próxima a su estabilización parcial. Desde el momento de pisar la universidad, adquieren un compromiso social muy amplio. Quiero hacer un análisis de este grupo privilegiado dentro de la sociedad.

El estudiante, a pesar de su visión teórica de la situación, posee un conocimiento restringido de la misma. Por lo tanto, el estudiante debe convivir un tiempo con la clase oprimida y conocer así sus problemas. Después de cumplir esta tarea, hay que preguntarse cuáles son las causas de la explotación, y cuáles son los remedios. La revolución pacífica no soluciona nada, ya que el pacifismo requiere un alto grado de cultura que nuestro pueblo no posee. Las víctimas poco pueden hacer en un país donde escasamente conocen la ignorancia. Sobre estas consideraciones sacadas por el individuo – estudiante, éste debe llegar a una solución honesta. «Somos culpables profundamente de cada muerto de hambre, somos culpables uno por uno de todos los crímenes, somos culpables de todos los males y de cada uno en particular». Y el universo hará justicia sobre nosotros mientras aullamos como perros angustiados. Mientras poseamos al alcance de la mano la solución del problema y no la activemos, somos más devastadores que el tifus y que todas las pestes sumadas.

El estudiante tiene la obligación de despertar a la masa oprimida y mostrarle el sendero de su propia redención. Sino cumplo exactamente como está indicado soy homicida, soy el único homicida, porque el hecho de que seamos varios los conocedores del problema no va a justificar mi falta. «Soy el único homicida de la masa».

De lo anterior se desprende que el estudiante debe de adherirse a una organización netamente revolucionaria. Una vez adherido, debe estar alerta a ejecutar las tareas que se le indiquen. Es sumamente importante para el revolucionario – estudiante la lectura de obras que señalen los métodos que otros pueblos han empleado para su liberación, y de este modo ir creando un método propio.

Habrá momentos en que la organización exigirá al estudiante el abandono de sus estudios y la dedicación completa a tareas revolucionarias. En el momento de ese llamado es cuando el estudiante comienza a medirse con el termómetro del auténtico revolucionario.

Si en la labor que realizamos dentro de la masa para su propia liberación se necesita nuestra vida, sembrémosla sin esperar que sea mencionada en la historia de las generaciones. Pero estemos seguros de que nuestros huesos son la columna de esa historia.

Estelí, Nicaragua, 1968

Escrito por Leonel Rugama