Barricada

Roque Dalton, poeta guerrillero

nicaragüense Leonel Rugama, como los guatemaltecos Otto René Castillo y Roberto Obregón. Poetas comprometidos, poetas sociales les llamaron, pero sobre todo fueron poetas combatientes que disparaban versos mientras empuñaban el fusil guerrillero.  Porque, como decía Roque, mediante la poesía era posible decirlo todo y a veces sin palabras.  Poetas llenos de amor por la patria, pequeña y suave, que descansa en el fondo de nuestra alma como la estrella se refleja en el ojo de agua.

Roque Dalton, que vivió la vida con alegría, que comprendió que la lucha era indispensable, que escribió la inolvidable Canción de Amor a los guanacos, sus hermanos. El que cantó al Pulgarcito de América con ternura, el poeta que cayó en el mes de la lluvia, para fundirse con la tierra y con la historia revolucionaria de Latinoamérica. 

Apenas vivió 40 años, como el General Augusto C. Sandino, como Otto René Castillo, el mismo que escribió proféticamente “Qué lástima que tuviera vida tan pequeña, para tragedia tan grande y para tanto trabajo”.  Pero sus palabras y banderas fueron recogidas por nuevos poetas, que, como Antonino, compañero de Espartaco en la lucha contra los imperialistas romanos, acompañaron los combates por la vida.   

Dalton, el poeta más querido de la nación salvadoreña, revolucionario social y revolucionario de la literatura, cuestionador del concepto de la palabra alejada de la realidad, de la vida, porque, para él, la palabra debe estar animada por una voluntad de transformar, no solo para explicar la historia, sino para rehacerla.

En ocasión del 48 aniversario de su asesinato, compartimos con nuestros lectores tres poemas.

Tres Poemas de Roque Dalton

Y SIN EMBARGO, AMOR

Y sin embargo, amor, a través de las lágrimas,
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.

Aquí,
hoy,
digo:
siempre recordaré tu desnudez en mis manos,
tu olor a disfrutada madera de sándalo
clavada junto al sol de la mañana;
tu risa de muchacha,
o de arroyo,
o de pájaro;
tus manos largas y amantes
como un lirio traidor a sus antiguos colores;
tu voz,
tus ojos,
lo de abarcable en ti que entre mis pasos
pensaba sostener con las palabras.

Pero ya no habrá tiempo de llorar.

Ha terminado
la hora de la ceniza para mi corazón.

Hace frío sin ti,
pero se vive.

Alta hora de la noche

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre

porque se detendría la muerte y el reposo

Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,

sería el tenue faro buscando por mi niebla.

Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.

Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

No dejes que tus labios hallen mis once letras.

Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.

No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto:

desde la oscura tierra vendría por tu voz.

No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre.

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.

              CANTO A NUESTRA POSICIÓN

A Otto Rene Castillo

Nos preguntan los poetas de aterradores bigotes,
los académicos polvorientos, afines de las arañas,
los nuevos escritores asalariados,
que suspiran porque la metafísica de los caracoles
les cubra la impudicia:
¿Que hacéis vosotros de nuestra poesía azucarada y virgen?
¿Qué, del suspiro atroz y los cisnes purísimos?
¿Qué, de la rosa solitaria, del abstracto viento?
¿En que grupo os clasificaremos?
¿En que lugar os encasillaremos?
Y no decimos nada.
Y no decimos nada.
Y no decimos nada.
Porque aunque no digamos nada,
los poetas de hoy estamos en un lugar exacto:
estamos
en el lugar en que se no obliga
a establecer el grito.
(Ah, como me dan risa los antiguos poetas
empecinados en vendarse los ojos
y en embadurnar de pétalos y de pajarillos famélicos
la giba del dolor anonadante
que se encarama sólida
encima del hombro positivo universal
desde el primer amanecer y el primer viento,
y que se olvidaron del hombre)
Estamos
en el lugar exacto que la noche precisa
para ascender al alba.
(Muchos poetas inclinaron sus insomnios antiguos
sobre la fácil almohada azul de la tristeza.
Construyeron ciudades y astros y universos
sobre la anatomía mediocre
de un nido de muñecas cristalinas
y exilaron la voz elemental
hasta planos altisimos, desnudos
de la raíz vital y la esperanza.
Pero se olvidaron del hombre.)
Estamos
en el lugar donde se gesta definitivamente
la alegría total que se atará a la tierra.
(Ay, poetas,
¿Cómo pudisteis cantar infamemente
a las abstractas rosas y a la luna bruñida
cuando se caminaba paralelamente al litoral del hambre
y se sentía el alma sepultada
bajo un volcán de látigos y cárceles,
de patrones borrachos y gangrenas
y oscuros desperdicios de vida sin estrellas?
Gritasteis alegría
sobre un hacinamiento de cadáveres,
cantasteis al plumaje regalón
y las ciudades ciegas,
a toda suerte de tísicas amantes;
Pero os olvidasteis del hombre).
Estamos
en el lugar donde comienza el astillero
que va a inundar los mares con sonrisas lanzadas.

(Ay, poetas que os olvidasteis del hombre,
que os ovidasteis
de lo que duelen los calcetines rotos,
que os olvidasteis
del final de los meses de los inquilinos,
que os olvidasteis
del proletario que se quedo en una esquina
con un bostezo eterno inacabado,
lleno de balas y sin sangre,
lleno de hormigas y definitivamente sin pan,
que os olvidasteis
de los niños enfermos sin jugetes,
que os olvidasteis
del modo de tragar de las mas negras minas,
que os olvidasteis
de la noche de estreno de las prostitutas,
que os olvidasteis de los choferes de taxi vertiginosos,
de los ferrocarrileros
de los obreros de los andamios,
de las represiones asesinantes
contra el que pide pan
para que no se le mueran de tedio
los dientes en la boca,
que os olvidasteis
de todos los esclavos del mundo,
ay, poetas,
¡como me duelen
vuestras estaturas inútiles!)

Estamos en el lugar en que se encuentra el hombre.
Estamos en el lugar en que se asesina al hombre,
en el lugar
en que los pozos mas negros se sumergen en el hombre.
Estamos con el hombre
porque antes muchísimo antes que poetas
somos hombres.
Estamos con el pueblo,
porque antes, muchísimo antes que cotorros alimentados
somos pueblo.
Estamos con una rosa roja entre las manos
arrancada del pecho para ofrecerla al hombre!
¡Estamos con una rosa roja entre las manos
arrancada del pecho para ofrecerla al hombre!
¡Estamos con una rosa roja entre las manos
arrancada del pecho para ofrecerla al Pueblo!
¡Estamos con una rosa roja entre las manos
arrancada del pecho para ofrecerla al Pueblo!

Introducción: Manuel Lucero

Selección de poemas: Cecilia Costa

Fuentes consultadas:

Poemas del Alma

https://www.poemas-del-alma.com/roque-dalton-garcia.htm

Biografías y Vidas

https://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/dalton_roque.htm

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