Barricada

Moisés Absalón Pastora: La demencia imperial

Desde que fui joven y desperté políticamente, aún en la inmadurez de mis días de pubertad, porque empecé muy temprano en esto, la palabra que siempre me llamó la atención para debatir y defender, más que cualquier otra, fue “democracia”. Siempre la idealicé como la madre de la libertad y de la justicia enfrentada a cualquier expresión de absolutismo, represión o dictadura como la somocista que nos tocó sufrir a los chavalos de toda nuestra generación, los imberbes nacidos en años 60s.

La democracia era para nosotros, y sigue siendo ahora con mucha mayor razón, el estado ideal de la sociedad dónde la mayoría, auto determinada por su voluntad y apropiada de su destino, construyera el mundo ideal de convivencia para todos desde una estructura básica, simple y elemental, un gobierno nacido en elecciones libres y desde la voluntad popular de los electores que son quienes tienen la última palabra.

Esta percepción de lo que supone es la definición de la palabra “democracia” es universal en cuanto a su comprensión política y aunque en sí misma es mucho más amplia si consideramos que su verdadero efecto es más social que cualquier otra cosa, lo cierto es que hay intereses planetarios poderosos que se la han robado para proclamarse como sus adalides, para manipularla, darle su propia definición y usarla como arma para agredir a los que somos enemigos, naturalmente, de la dictadura y demencia imperial.

Estados Unidos en primer lugar y después sus corifeos, los peleles, son quienes se impusieron no solo como los únicos “demócratas” en el mundo, sino que además desde la representatividad “democrática” que se arrogan, también se les ocurrió que son los que califican quienes pueden o no pueden ser considerados “demócratas” y para sus efectos parten de una regla básica y elemental, eres demócrata sí y solo sí, tu disposición ideológica, independientemente del apellido que pueda tener, liberal, conservador, social cristiano, social demócrata, lo que sea, acepte como fundamento al capitalismo salvaje como base de sus principios.

Los pueblos que han vivido condenados a lo largo de la historia por el “modelo democrático” que financia el capitalismo salvaje cada vez que han votado por opciones peleles que sirven al interés imperial, sean dado cuanta que a quien terminan eligiendo es al político de siempre que jamás lo sacó de la postración y que además de robar a lo único que se dedicó fue a farandulear. Por eso ahora vemos que muchas elecciones en muchos países quien gana en ellas es el abstencionismo porque el pueblo, pueblo, termina entendiendo que esos procesos electorales, a los que visten como ”democráticos”, son mecanismos para no cambiar nada.

Muchos políticos en Latino América se dieron cuenta de eso y comenzaron a proscribir los apellidos ideológicos tradicionales, es decir liberales, conservadores, social demócratas, social cristianos u otros similares, cuyo conexo inmediato es la derecha, para registrar ante los tribunales electorales, nuevos partidos que tuvieran como atracción acentos más populares que despertara al desilusionado elector con propuestas de atrevidas distantes de lo que el disco rayado del capitalismo salvaje dicta.

Por eso mismo vemos hoy a muchas “izquierdas light” que emergen en américa latina que para mí en lo personal, en lo que al fondo respecta, ni fu ni fa, pero las respeto porque al margen de sus formas, son el producto de la voluntad popular en Argentina, Chile, Honduras, México, Brasil y ahora Colombia y que tienen un campo de acción limitado porque hay esferas de poder en cada uno de esos países que impiden la profundización de soluciones sociales a los pueblos que solo son posibles en revoluciones como la cubana, nicaragüense y venezolana.

En medio de eso hay procesos que son más accidentados que otros como en Ecuador donde el Correismo ha sido judicializado; en Bolivia dónde hubo un golpe de Estado en el que la O.E.A, como mano ejecutora del imperio, se metió de cabeza; en Perú dónde Pedro Castillo fue derrocado y está preso, y lo que expreso al respecto es que se trata de una tendencia clarísima de la demencial intolerancia de Estados Unidos de socavar toda voluntad popular que pretenda hacer un planteamiento de izquierda, aunque sea solo de apariencia, porque después algunos se someten y bajan la cabeza.

Me pregunto; ¿Quién confirió a Estados Unidos la potestad de determinar quién es o no democrático?

¿Sobre la base de qué autoridad moral el imperio se erigió en policía del mundo para sancionar, intervenir, agredir o invadir como en tantas ocasiones hizo contra naciones a las que saqueó y destruyó con el cuento de que no se gobernaban bajo los parámetros de la democracia que creen solo ellos tienen?

¿Quién le dijo a Estados Unidos que el poder de sus bayonetas son las que determinan quienes puede ser gobernantes legítimos de cualquier país como lo fue aquí en Nicaragua Willian Walker o como lo fue Juan Guaidó en Venezuela?

¿Por qué la dictadura imperial de Estados Unidos no le reclama a Rusia, a China, a Irán, a Corea del Norte la democracia que dice no existe en esos países con la misma soberbia y prepotencia que lo hace con naciones pequeñas como la nuestra que a pesar de sus limitaciones y empobrecimiento al que nos han sometido, está en pie porque estamos revestidos por una gran autoridad moral?

¿Cómo es eso que para la dictadura imperial solo son demócratas aquellos peleles o aquellos gobiernos que ponen a disposición de la secretaria del tesoro sus riquezas a cambio de la aprobación de préstamos que se liberan a través del Fondo Monetario Internacional para posteriormente terminar embargando las economías de aquellos ilusos que creyeron en la amistad franca y sincera del Tío Sam?

¿Cómo es eso que para la dictadura imperial solo son demócratas aquellos peleles o gobiernos títeres que se regalan por dádivas al Departamento de Estado a cambio de que sus soberanías sean violadas por el establecimiento de bases militares norteamericanas que se usan para tener a tiro de misiles a naciones que ni nos vendemos ni nos rendimos y que orgullosamente construimos con nuestros propios sabores y colores la democracia que nos convenga para crecer como individuos y como naciones?

¿Cómo se atreve a pensar el yanque o el gringo que su “democracia” es la más conveniente cuando el capitalismo salvaje desde el cual se erige mantiene a gran parte del “sueño americano” viviendo bajo los puentes?

Las preguntas abundan y las respuestas también porque tenemos suficientes elementos de juicio para detestar el deshumanizado capitalismo salvaje que disfrazado de “democracia” hoy tiene al imperio al borde del colapso total y de ahí que desesperadamente lance globos de aire por doquier para que el ciudadano norteamericano vea hacia otro lado y no concentre su atención en problemas tan reales que lo tienen cerca, pero muy cerca, de una guerra civil.

Estados Unidos es cualquier cosa menos una democracia porque todos esos inquilinos que han pasado por la Casa Blanca ni siquiera han sido electos por el pueblo norteamericano sino por un tal colegio electoral que directamente decide quién es el de turno, aunque el designado por el establishment haya sacado mucho menos votos en una elección popular que lógicamente ya en varias ocasiones ha dejado el ambiente impregnado de fraude electoral.

No puede llamarse democracia aquella dónde las minorías deciden por las mayorías, dónde las élites son argollas impenetrables que desde la confección de todo un sistema de control aplastan cualquier amago de rebelión.

Estados Unidos es una dictadura imperial que rebasó los límites de la locura y se dedicó a torpedear de tal manera la paz del planeta que creo en su contra frentes poderosos que lo adversan y a los que teme tanto que los prefiere enfrentar indirectamente usando a sus perros de pelea, desde la llamada OTAN, de manera que se llevó por delante a lo que en algún momento llegamos a conocer como “democracia occidental europea” desde la cual se quisieron acuñar moldes para naciones pequeñas cuyos pueblos terminaron abriendo los ojos y hoy emergen con el deseo de abrazar su propia identidad y su propia democracia porque se saben absolutamente ciertas de que la unipolaridad mundial llegó a su fin y con ella la dictadura imperial.

Esa falsa democracia norteamericana pretendió venderse como defensora de los derechos humanos y es la nación que más los viola para adentro y para afuera. Desde adentro empobreciendo y colapsando la economía de sus ciudadanos al destinar trillonarios presupuestos para la guerra que tiene contra el mundo y desde afuera a través de sus organismos adláteres despedazando el derecho internacional.

A esa falsa democracia norteamericana, pintada con la sangre de los pueblos que asesinó nunca supo decir qué había perdido aquí en Nicaragua, en Corea, en Vietnam, en Cambodía, Panamá, Afganistán, Irak, en Siria y en otros tantos países que han sido aplastados por la soberbia y prepotencia de los gorilas militaristas de la dictadura imperial.

A esa falsa democracia norteamericana hay que decirle que lo único que le sobra es el odio de saberse ignorada y detestada por pueblos que reaccionan votando por candidatos que seguramente se disfrazan de izquierdas, pero por el solo hecho de ofrecer la esperanza de recuperar el nacionalismo y la dignidad son aceptados por pueblos que saben, en el último de los casos, que la ilusión por algo diferente al imperio es mejor que continuar bajo el dominio de los peleles de siempre, sus propios lacayos.

No nos vengan entonces los dictadores imperialistas a hablar de democracia porque nunca la conocieron, jamás la practicaron y nunca tendrán ni un cesé de autoridad moral para demandarla de otros.

Particularmente los nicaragüenses sabemos de los efectos “democráticos” que dejaron aquí las intervenciones e invasiones imperiales en nuestro país. 30 años de gobiernos conservadores donde la sangre azul hizo sus capitales sangrando el lomo de los peones a quienes trataban como esclavos desde sus respectivos feudos; Haciendo y financiando la contrarrevolución a la transformación iniciada por el General José Santos Zelaya, asesinando a Zeledón, a Sandino, imponiendo a Adolfo Díaz, creando a la GN como la guardia pretoriana de Somoza García y después de Luis y de Tacho que fueron la dinastía que se mantuvo desde la osamenta de 50 mil muertos; empujándonos a una guerra fratricida en los 80s; designando gobiernos neo liberales en los 90s y desde el 2007 en una guerra abiertamente descarada contra Daniel Ortega y el Sandinismo que a pesar de todo la criminalidad del Tío Sam ha hecho de la actual Nicaragua la mejor de toda nuestra historia y seguirá en el ascenso hacia su mejor desarrollo a pesar de las mil y una piedra que nos pongan en el camino para esconder bajo ellas, como bichos venenosos, a todos esos microfoneros que no son otra cosa que la expresión viva de la derrota y el fracaso.

Por supuesto esa es la marca ensangrentada de la “dictadura imperial” en Nicaragua, pero es el mismo fierro estampado sobre la inocencia de otros pueblos a los que quieren hablar de “democracia” desde la Casa Blanca o desde cualquier foro donde el derecho internacional es cero a la izquierda gracias a medios de comunicación que obedecen al interés por el cual paga el Tío Sam que además se viste estrafalariamente como “salvador y libertador” de un mundo que abiertamente o desde la clandestinidad lo acorrala para reducirlo a la nada.

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