Crédito a: Stephen Sefton
Desde 1945 el mundo mayoritario ha sido sujeto a una continuación del saqueo de la época colonial anterior, pero por medio de un sistema de pillaje más organizado. Bajo el mando de las elites norteamericanas y sus cómplices subalternas europeas, durante más de 75 años se ha implementado un sistema de dominio económico institucional respaldado por la amenaza y uso de las fuerzas militares imperialistas. Sin embargo, ahora las poderosas economías y el poderío militar de la República Popular China y de la Federación Rusa ofrecen al mundo mayoritario un sistema alternativa basado no en el dominio unilateral sino en relaciones de respeto e igualdad entre todas las naciones.
Esta realidad representa una crisis estratégica para las élites occidentales. Son incapaces de aceptar que ya no mandan como antes, porque China y Rusia las han superado económica y militarmente. También implica una crisis política interna en sus propios países, porque ahora las élites occidentales tienen que abandonar su falso teatro democrático doméstico para poder explotar todavía más a sus propias poblaciones. Ante esta crisis estratégica, la respuesta a nivel internacional de las élites norteamericanas y las oligarquías de sus países satélites en Europa y el Pacífico ha sido de agredir a los países del mundo mayoritario con gobiernos que defienden su soberanía nacional.
En vez del despliegue e intervención directa de sus fuerzas armadas, las élites occidentales han aprendido a montar sus agresiones por medio del destructivo sabotaje económico, repetidas provocaciones político-militares y diplomáticas y la permanente aplicación de una incesante guerra psicológica. De esta manera, Estados Unidos y los antiguos poderes coloniales europeas esperan poder compensar el colapso de su capacidad industrial y, por lo tanto, de su poder militar, y la inminente irrelevancia de su poder financiero. Con ese objetivo, las élites occidentales dedican mucha atención y esfuerzo a cómo pueden controlar, cooptar o debilitar los países que identifican como piezas claves para el desarrollo exitoso del mundo multipolar impulsado por China y Rusia que quieren prevenir.
El alto perfil del conflicto en Ucrania, del genocidio sionista en Palestina y de las constantes agresiones norteamericanas y europeas contra Venezuela, Irán y la República Popular Democrática de Corea tienden a esconder la ofensiva generalizada del Occidente contra lo demás del mundo mayoritario. Se trata de una intensificación de la histórica guerra occidental contra la humanidad dedicada a mantener las enormes ventajas acumuladas en base a siglos de esclavitud, de conquista genocida, y el desmedido pillaje de los recursos naturales del mundo entero. Los ejemplos extienden de la misma Europa donde aún gobiernos de países miembros de la Unión Europea como Hungría y Slovakia sufren represalias por haber desafiado a las élites dominantes de Francia y Alemania sobre su política hacia Ucrania. Allí también, para el momento, Serbia sigue rechazando las presiones y amenazas de las élites europeas para que corte sus relaciones con la Federación Rusa.
En el Caucaso, para el momento, el gobierno de la antigua república soviética de Georgia bajo Primer Ministro Irakli Garibashvili, mantiene su política externa de apertura económica hacia la República Popular China contra las presiones de la Unión Europea. A la vez promueve la normalización de relaciones entre Armenia y Azerbaiyán e importantes proyectos de infraestructura como el cable de alta tensión por el Mar Negro de más de 1100 kilómetros que conectará el Caucaso Sur con el sistema de energía eléctrica de Europa. En Armenia, el gobierno del Presidente Pashinyan, a pesar de su sesgo a favor del Occidente, sigue como miembro de la Unión Económica Eurasiática y explora con Irán y la India el desarrollo de las conexiones comerciales al puerto iraní de Chabahar como parte del Corredor Internacional de Transporte Norte Sur entre Asia Sur, Rusia y Europa.
Este contexto explica la injerencia de Estados Unidos y la Unión Europea en la región donde sus intereses geopolíticos chocan no solamente con los de China y Rusia pero también con la alianza regional entre Turquía, Azerbaiyán y Pakistán. Los avances de la Federación Rusa y de la República Popular China en ensayar una arquitectura de seguridad para la enorme región eurasiática giran alrededor de los beneficios mutuos de la cooperación económica regional que las élites occidentales quieren sabotear. El problema para las élites occidentales es que ellas tienen poco o nada a ofrecer en comparación con las ventajas y oportunidades abiertas para las naciones de la región por las iniciativas de la Unión Económica Eurasiática, la Organización de Cooperación de Shanghai, la Asociación Económica Integral Regional o la iniciativa del grupo de países BRICS+.
Prueba de esto ha sido el contexto en que se dio el golpe de estado a inicios de este mes promovido por Estados Unidos en Bangladesh, un país con una población de casi 170 millones de personas. El gobierno derrocado de Sheikh Hasina Wajid había intentado durante muchos años a mantener un equilibrio en sus relaciones con Rusia y China por un lado, por otro con Estados Unidos, la Unión Europea y Japón y también con su enorme país vecino, la India. La administración de Primera Ministra Hasia Wajid había colaborado hasta cierto punto en la aplicación de las ilegales medidas coercitivas contra Rusia aplicadas por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN.
Por otro lado, también había colaborado con la Iniciativa del la Franja y Ruta de China gracias a que se terminó en 2022 un importante puente de 10 kilómetros de longitud sobre el Río Padma que lleva las aguas del Rio Ganges a la Bahia de Bengala. China está construyendo también una importante planta térmica de energía eléctrica en el país, mientras Rusia sigue con la construcción en el país de un centro de energía eléctrica nuclear. Para China, Bangladesh ofrece una tercera opción para tener acceso directo al Océano Indico en adición al Corredor Económico con Pakistán y la ruta al océano por medio de Myanmar.
Queda a ver la orientación del gobierno interino militar en la política externa del país. Pero con un gobierno en Bangladesh dispuesto a favorecer la agenda política occidental en la región y el apoyo occidental a la guerra contra las autoridades en Myanmar, Estados Unidos y sus aliados ahora mantienen desestabilizadas dos países de mucha importancia estratégica para China. El golpe de estado promovido por Estados Unidos aprovechó una aguda crisis económica en Bangladesh y la prolongada crisis política debido al encarcelamiento de decenas de miles de miembros del principal partido de la oposición, además de miembros de violentos movimientos de la oposición extremista.
Un componente esencial en el fondo de la crisis en Bangladesh y otros países de interés a las élites occidentales, ha sido los crónicos niveles de endeudamiento de muchos gobiernos del mundo que han llegado ser más agudos como resultado de las altas tasas de interés a nivel internacional. Se trata de una repetición en menor escala de la crisis del endeudamiento del inicio de la década de los 1980s cuando la Reserva Federal, el banco central de Estados Unidos, o quizás mejor dicho el banco central de las elites norteamericanas, aumentó su tasa de interés hasta casi 20%. El supuesto motivo de esa extrema medida fue para controlar la inflación doméstica en Estados Unidos. De hecho, a nivel doméstico fue un ataque directo contra el poder de los sindicatos y, a nivel internacional, un ataque contra el desarrollo soberano de las naciones del mundo mayoritario.
Los altísimos niveles de interés en ese momento, hicieron imposible para los países con deuda externa denominado en dólares u otras monedas extranjeras de mantener los pagos de su deuda en tiempo y forma. La crisis de endeudamiento condujo a la llamada “década perdida” para el desarrollo de la gran mayoría de los países del mundo mayoritario. Ahora, de la misma manera que el actual contexto de crisis de endeudamiento ha facilitado el golpe de estado en Bangladesh, Estados Unidos y sus países satélites pueden explotar el estatus de sus economías como acreedores de países endeudados para extorsionar las políticas que quieren de otros gobiernos de países del mundo mayoritario.
Por ejemplo, no hay duda que Estados Unidos aprovechó la aguda situación de endeudamiento del gobierno de Kenia como una medida de presión para persuadir ese gobierno de enviar una fuerza de policías paramilitares a Haití. La prolongada crisis política en Kenia resulta directamente de las imposiciones del Fondo Monetario Internacional en ese país las cuales han perjudicado el nivel de vida de la mayoría de la población por medio de la receta de siempre, alzas en impuestos, recortes en gasto público y la eliminación de subsidios. Ahora, más de la mitad de los ingresos tributarios del país se destinan a pagar la deuda externa y el gobierno ha tenido que negociar nuevas líneas de crédito para poder pagar otros préstamos anteriores.
Un índice muy relevante de la vulnerabilidad de los países a la extorsión política y diplomática de parte del gobierno estadounidense que controla el FMI y el Banco Mundial es el monto que un país tiene que pagar de multas por motivo de un excesivo nivel de endeudamiento con el FMI. Economistas explican que las multas se aplican por el FMI cuando el nivel de endeudamiento de un país pasa de alrededor de 187% de su cuota de crédito en la Cuenta General de Reservas del FMI. Al 31 de mayo de este año, se estima que Kenia tenía deudas que suman a 247% por encima de su cuota; Costa Rica, 354%; Jordania 423%; Ucrania 448%; Egipto 533%; Ecuador 827%; y Argentina 972%. Es evidente que el mando imperial no permite a los gobiernos incurrir estos altos niveles de endeudamiento sin extorsionar algo a cambio. En el caso de Kenia parece haber sido su humillante colaboración como fuerza ocupante de Haití al servicio de la intervención norteamericana y europea en ese país.
Dmitry Medvedev, vice presidente del consejo de Seguridad de la Federación Rusa, comentó la semana pasada que “se está apretando el nudo” en la región de Asia Occidental por motivo del creciente conflicto provocado por el genocidio sionista en Palestina, pero bien habría podido estar hablando de la situación internacional global. En todos los frentes de confrontación alrededor del mundo, las respectivas fuerzas contrarias están tomando forma y las mascarás occidentales siguen cayendo en relación a los conceptos más fundamentales del derecho internacional. Otro ejemplo más de esto ha sido el reciente reconocimiento ilegal de parte de Francia de la soberanía de Marruecos sobre el territorio de la República Árabe Saharaui.
De esta manera Francia se une a la posición de Israel y Estados Unidos en violación del derecho internacional con respecto a ese tema, lo cual contradice por completo la falsa retórica oportunista de Francia y los demás países de la OTAN en relación al conflicto en Ucrania. De manera parecida, aquí en América Latina y el Caribe, el triunfo electoral del Presidente Nicolás Maduro ha revelado los gobiernos que ya se han asimilado a la recolonización yanqui por medio de su votación a favor de la resolución injerencista contra Venezuela en la OEA. Los gobiernos verdaderamente soberanos e independientes no participaron es esa farsa, y aun los gobiernos presentes para la votación que abstuvieron, en efecto optaron por ejercer una especie de la soberanía suficientemente independiente para frustrar el golpe contra Venezuela desde la OEA.
En todo este contexto internacional, el fracaso de sus ofensivas contra Siria, Rusia, Irán y Palestina quiere decir que las élites norteamericanas y europeas enfrentan una crisis con respecto a lo que pueden aspirar a hacer. Para el futuro previsible van a poder provocar situaciones de caos que luego aprovechan, como han hecho por ejemplo en Bangladesh y lo que intentaron a hacer en Venezuela. De esta manera han logrado sostener la ilusión de su poder y relevancia y complican, pero no frenan, el avance del nuevo orden mundial liderado por China y Rusia. Ahora se les acerca el momento en que van a tener que decidir si en verdad están en condiciones para derrotar militarmente a Rusia, China e Irán, una aspiración que parece cada vez más y más demente.
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