Por: Fabrizio Casari
En esta convulsa fase histórica, en la que el viejo mundo unipolar, pariendo fragmentos de la tercera guerra mundial, trata de impedir por la fuerza la afirmación del nuevo mundo multipolar, hay actores que montan un espectáculo, casi nunca notable en cuanto al contenido, pero siempre a la altura en cuanto a las técnicas de actuación. Un ejemplo de ello es el Parlamento Europeo, aparente expresión política de la Unión Europea, que, sin embargo, es históricamente el primero de los gobiernos mundiales que ignora su papel y sus decisiones.
Hay fases en la historia que ven surgir o desaparecer hombres, instituciones, incluso Estados, víctimas de ambiciones insostenibles o presas del giro incontrolado de los acontecimientos a los que no han sabido dar la dirección deseada. Cuando se parte de una idea y se llega a su contrario, se habla de heterogénesis de los fines, concepto expresado por Giovan Battista Vico en 1700. La teoría de Vico se confirma en el Parlamento Europeo, templo de la ideología ultraliberal que desde hace años es escenario de un experimento de mutación genética de la Europa liberal y progresista en clave neofascista.
En los últimos días, el PE ha votado una resolución no vinculante sobre Ucrania, que en su apartado 8 «pide a los Estados miembros que levanten inmediatamente las restricciones al uso de armas occidentales entregadas a Ucrania contra objetivos militares legítimos en territorio ruso». En resumen, Kiev debe ser capaz de llevar el ataque contra Rusia hasta lo más profundo de Moscú.
Sin embargo, todos los análisis militares apenas fiables afirman que los misiles suministrados a Ucrania no tienen capacidad para alcanzar la región de Moscú, sino sólo para golpear poco más allá de la franja fronteriza ruso-ucraniana.
La resolución del PE pasa por alto cuál sería la reacción rusa si los misiles de la OTAN alcanzaran su territorio. Como ya ha declarado el Kremlin, para el funcionamiento y la puntería de estos artefactos se necesitan los ingenieros militares y deben ser y guiado por satélite de la OTAN. Por sí sola, Ucrania sólo podría tirárselo en los pies.
Por lo tanto, si los misiles alcanzan territorio ruso, significará que la OTAN ha declarado la guerra a Rusia. En ese momento, la respuesta rusa será inevitable y, a los conejos lobo que levantan la mano en Estrasburgo sin haber consultado lo más mínimo a sus electores, Viacheslav Volodin, presidente de la Duma Estatal, recordó suavemente que el tiempo de vuelo del cohete ruso Sarmat hasta Estrasburgo es de 3 minutos y 20 segundos.
Lo que está en juego
Detrás de la votación en la Eurocámara hay una clara operación política: tratar de influir en el voto de Estados Unidos. De hecho, si ganara Trump, sería posible que la estrategia de Kiev entrara en crisis y la reducción del compromiso militar estadounidense en Europa estuviera en la agenda, con las consiguientes repercusiones en costes y estructura militar sobre el ya de por sí enfermo presupuesto europeo y sobre la incapacidad histórica del Viejo Continente para dotarse de una política exterior y de defensa. Indicios esclarecedores en este sentido son los nombramientos en la nueva Comisión Europea de bálticos rusófobos situados en puestos estratégicos (la estonia Kaja Kalis en Exteriores y el lituano Andrius Kubilius en Defensa).
Nombramientos incompatibles con la proporción entre el peso político del mismo y el de los países a los que representan (Estonia y Lituania). Indican, sin embargo, el desplazamiento en el frente oriental de la línea ofensiva de la OTAN hacia Rusia, China e Irán, donde bálticos y polacos, la peor mezcla de la historia europea, serán llamados, a la orden de Londres, a desempeñar el papel de ariete atlántico. Al fin y al cabo, para Washington su destino es tan insignificante que representan la carne de cañón ideal para las próximas etapas de la ampliación de la Alianza hacia el Este.
El proyecto de Von der Leyen obedece a Estados Unidos que, a diferencia de la narrativa atlántica, no ve a Europa como un continente que deba ser defendido con su poder estratégico sino, por el contrario, como un continente que puede ser sacrificado en defensa de los intereses estadounidenses. La idea de un conflicto nuclear táctico que se consumaría en territorio europeo es, de hecho, el objetivo del Pentágono, que necesita analizar el nivel militar ruso sin tener que pagar directamente el precio. El informe sobre Europa lanzado por Mario Draghi – un banquero sobrevalorado cuyo principal mérito es ser una expresión del Estado profundo de Washington – es el fundamento teórico de este nuevo papel del Viejo Continente. En esencia, según Draghi, como ya anunció en su hipotesis de gestión industrial en el tiempo de la pandemia, Europa tendrá que dar un giro sustancial a su proyecto histórico que la veía como modelo de economía inclusiva y garante de la paz mundial.
Tendrá que reconvertir su industria civil en industria de guerra, para poder ejercer la presiòn militar contra Rusia.
El proyecto no ve ninguna divergencia particular entre demócratas y republicanos en Estados Unidos y tampoco entre socialistas, liberales y conservadores en Europa. Consideran todos la derrota militar rusa como la condición previa para lanzar el ataque militar contra China.
Como ya han señalado algunos economistas, más allá del aspecto político, en cualquier caso demoledor y vergonzoso, la propuesta de Draghi pone en cuestión el modelo de gobernanza interna de la UE, que hasta ahora se basa en la unanimidad y asume el voto por mayoría, y como terreno común sólo contempla la deuda para apoyar el esfuerzo bélico. Su insostenibilidad radica en la imposibilidad de una reconversión industrial de esta naturaleza en menos de 25-30 años. Esto se debe a que las cadenas de suministro industrial no son mecánicamente transferibles, tanto en lo que se refiere al equipamiento como a la formación de los trabajadores, el aprovisionamiento de las materias primas necesarias y la cadena de distribución que soporta la importación-exportación. Mientras tanto, Europa morirá bajo su colapso industrial. Además, el plan Draghi es suicida hasta militarmente para Europa, porque en un modelo de guerra que ve su eje desplazarse al frente tecnológico, pensar en fabricar tanques, cañones, municiones y armas tácticas prefigura un papel de condenados al matadero para los soldados europeos, prescindibles para el triunfo unipolar estadounidense.
América Latina: frustración europea
Con su habitual falta de agudeza y equilibrio, el Parlamento Europeo ha hecho gala de toda su incongruencia política atacando a Venezuela y reconociendo al criminal González como presidente legítimo de Venezuela. Embelesados por Guaidó y deseosos de adelantarse a los propios Estados Unidos (que, sin embargo, se cuidan de no repetir el error que les ha sumido en el ridículo y la irrelevancia más absolutos), los europeos se han sentido con derecho (pero no legitimados) a establecer el liderazgo y el programa de la clase dirigente venezolana.
Nicaragua, a través de su Asamblea Nacional, hizo bien en lanzar una advertencia al Parlamento Europeo. Los parlamentarios nicaragüenses querían defender a Venezuela, por supuesto, pero no sólo eso, porque en la defensa de las instituciones venezolanas está la esencia de una concepción del Derecho Internacional y del respeto al principio de autodeterminación de los pueblos que, en sí misma, constituye el legado de un differendo histórico y político que nunca se ha apagado y que pone de relieve el corazón del enfrentamiento político actual entre el viejo y el nuevo mundo. Representa plenamente el choque entre una concepción propietaria del planeta, inherente al modelo unipolar, frente a una igualitaria de la relación entre Estados, inherente en cambio a una concepción multipolar de la gobernanza internacional.
Nicaragua quiso recordarle a la Unión Europea cómo su diseño neocolonial es anacrónico y vano, y cómo sus expresiones políticas son nauseabundas, no solicitadas y totalmente irrelevantes. Y más aún, resulta inexplicable que un continente que estuvo y está sometido a la furia imperial del gigante norteamericano se sienta intimidado por la irrelevancia europea.
Europa amenaza con consecuencias negativas, pero ¿cuál sería el impacto de la amenaza europea en las cuentas de las economías de escala latinoamericanas en general y de los países del ALBA en particular? Casi nulo. Según Borrel, que está con un pie en la puerta de salida, América Latina y la Unión Europea son «mutuamente necesarias», pero no está claro por qué, dado el insignificante volumen del comercio económico y la nada política que anima la relación.
Desde octubre de 2021, la balanza comercial de la eurozona está en terreno negativo.
Europa busca mercados donde comprar energía y redistribuir las exportaciones bloqueadas por las sanciones contra Rusia. Habiendo perdido los recursos rusos y, con ellos, las únicas posibilidades de crecimiento gracias a una energía barata, y habiendo sido suplantada por Rusia y China en África, América Latina es el lugar donde puede encontrar todo lo que necesita, pero a la inversa, Europa es sólo uno de los varios mercados a los que el subcontinente americano puede dirigir su comercio.
Entonces, ¿cuál sería la amenaza si es América Latina la que es vital para Europa y no al revés? Lo que la UE no comprende es que, tanto política como comercialmente, los países latinoamericanos no sufren por el peso relativo europeo en sus mercados.
Además, ante la penetración comercial y financiera de China y Rusia en el tablero latinoamericano, la UE parece estar en una posición retrógrada, y Europa es hoy la parte menos importante del planeta, porque con una fuerza financiera aún sostenida pero en rápido declive, no posee ni unidad política ni militar. Así pues, no tiene sentido postularse como conquistadores 4.0, porque no es capaz de blandir, aconsejar, advertir o amenazar, de determinar o incluso influir en las opciones de ningún país del mundo y, al mismo tiempo, no es capaz de avanzar sola hacia ninguno de los retos que en el plano comercial, estratégico y tecnológico miran a 2050 y no a 1900.
El PE está controlado por la derecha internacional, pero se presenta con dos caras; la aparentemente bonachona, falsamente liberal y progresista que sueña con la afirmación global del imperio, cueste lo que cueste para que «triunfe la democracia», y la hosca e ignorante, nostálgica del Reich, que reclama un mundo excluyente y reservado a unos pocos propio de la derecha recalcitrante. Pero juntas, estas dos derechas no ofrecen una sensación de fuerza, de agotamiento del horizonte político continental, de su fuerza motriz. Indican más bien una debilidad estructural del pensamiento, la ausencia de cultura política, la incapacidad de proyectar Europa hacia el tercer milenio y de hacer que asuma un papel distinto del que tuvo en el siglo XX, inspirando y combatiendo dos guerras mundiales que la devastaron y la convirtieron en un bocado bienvenido en las fauces del imperio del Norte.
En una perversa marcha de la historia, Bruselas y Estrasburgo se ven ocupadas ladrando a la luna, pensando que el renacimiento latinoamericano, en su versión independiente y soberana, con su sensual aroma de socialismo reductor de la pobreza y la desigualdad, no puede tener un sentido, una perspectiva. En un extraordinario proceso de ósmosis simbiótica, el Parlamento Europeo es esencialmente esto: la versión parlante de una institución carente de peso político y que actúa como portavoz de un continente impotente, sin papel y flagrantemente decadente.