La Colina 110, ubicada en el barrio Laureles Sur de Managua, vuelve a cobrar vida a través de los colores y formas del mural que honra a las y los 35 jóvenes combatientes caídos el 13 de junio de 1979. Tras quince años desde su creación, la obra del maestro Ricardo Morales Velázquez es sometida a un proceso de restauración para preservar la memoria histórica de una de las gestas más significativas de la lucha insurreccional contra la dictadura somocista.
El artista y profesor Ricardo Morales, con más de medio siglo dedicado a la enseñanza del dibujo y la pintura, fue el autor original de este mural que hoy vuelve a pintar. Inspirado en los relatos de los sobrevivientes y vecinos de la zona, Morales plasmó en la pared el sacrificio de jóvenes guerrilleros que enfrentaron solos una ofensiva militar de gran escala.

“Este mural nació con amor a esos héroes. La historia es espantosa y dolorosa, pero ellos tenían una gran conciencia de lo que vivía este país. Es una epopeya por amor a la patria”, relata Morales, quien lidera nuevamente los trabajos de restauración junto a estudiantes de la Escuela Nacional de Bellas Artes Rodrigo Peñalba.
La restauración implicó desmontar capas de cemento y repintar con el mismo mensaje y composición original, para que la memoria de los combatientes siga viva entre las nuevas generaciones.

El relato de un sobreviviente
Entre los guardianes de este sitio histórico está César Uriel Téllez Sánchez, sobreviviente de la masacre y actual coordinador del Museo Colina 110. Con apenas 17 años, Téllez formaba parte de la columna guerrillera Manuel Fernández, integrada por jóvenes que abastecían de armamento a los barrios orientales de Managua para hacerle frente a la guardia somocista.

Su testimonio revela la intensidad de los combates y la brutalidad de la represión somocista: «Vivíamos bajo morteros diarios desde el aeropuerto. Nos bombardearon por ocho días hasta que nos rodearon. Abrimos el anillo militar como pudimos; muchos compañeros murieron. Aquí cayeron 35 jóvenes, dos mujeres fueron brutalmente asesinadas. Fue una masacre dolorosa”, recuerda Téllez.
En medio de la ofensiva, los combatientes improvisaban estrategias de comunicación humana para alertar sobre los aviones que despegaban. La operación militar dejó profundas cicatrices físicas y emocionales, pero también consolidó a la Colina 110 como símbolo de resistencia.

Un mural en dos fases: lucha y victoria
El mural, declarado Patrimonio Histórico Cultural de la Nación en 2010, fue diseñado en dos etapas. La primera representa la batalla de la Colina 110: tanquetas, soldados y aviones reflejan la magnitud del enfrentamiento, mientras una zanja de comunicación recuerda el lugar donde fueron enterrados los cuerpos de los combatientes.
La segunda parte retrata el triunfo popular del 19 de julio de 1979 y los programas sociales que transformaron el país: la Cruzada Nacional de Alfabetización, la Reforma Agraria, el impulso al deporte y la infraestructura social. «La revolución es evolución. El mural sigue creciendo, porque nuestros héroes soñaron con una Nicaragua desarrollada. Sus ideales se van cumpliendo poco a poco”, afirma Téllez.

Durante los años 90, la Colina 110 sufrió abandono y vandalismo. Las tumbas fueron profanadas y el sitio se convirtió en refugio de pandillas y consumo de drogas. Sin embargo, con la organización de excombatientes, madres de héroes y mártires y el respaldo de las autoridades municipales, el lugar fue rescatado y convertido en un espacio de memoria, cultura y educación.
Hoy, la Dirección de Cultura y Patrimonio de Managua y el Distrito VII mantienen el mural y proyectan mejoras, como iluminación, áreas recreativas y una infraestructura que permita apreciar la ciudad desde este punto estratégico.

La fuerza del arte como memoria colectiva
Para el maestro Morales, el arte es un vehículo para revivir la historia y rendir homenaje a quienes dieron su vida por la libertad. Su trabajo no es solo una restauración, sino una reafirmación de identidad.
“Pareciera que yo hubiera estado allí, porque siento cada historia. Este mural no es mío; es de ellos, de todos los que defendieron este barrio. Lo pinto con el mismo amor que la primera vez, para que nunca olvidemos su sacrificio”.
La Colina 110 no solo es un monumento, sino un lugar donde convergen historia, arte y memoria viva. El mural restaurado se levanta como un recordatorio permanente de que la libertad y la paz que hoy goza Nicaragua tienen raíces profundas en el valor de su juventud.

