El 18 de septiembre de 1973 quedó grabado en la memoria del pueblo nicaragüense como una jornada de dolor y de grandeza. Ese día, cuatro jóvenes revolucionarios del Frente Sandinista de Liberación Nacional Ricardo Morales Avilés, Óscar Turcios, Juan José Quezada y Jonathan González fueron asesinados por la Guardia Nacional en Nandaime, en un episodio que pretendió ser silenciado por la dictadura somocista, pero que terminó convirtiéndose en símbolo de entrega absoluta a la causa de la liberación.
La Nicaragua de aquellos años estaba sometida a una represión feroz. El somocismo dominaba nuestro país, reforzado por los vínculos con Estados Unidos, y en ese contexto el Frente Sandinista resistía desde la clandestinidad. La organización de reuniones, la vida en casas de seguridad y la constante movilidad eran parte de la cotidianidad de quienes decidieron arriesgar todo por ver libre a su patria. En ese marco, la cita en Nandaime tenía como propósito evaluar líneas de trabajo y fortalecer la dirección revolucionaria.
La casa donde se reunieron era modesta, de adobe y tejas, alquilada clandestinamente, con dos puertas y una ventana. Hoy ese inmueble es el Museo de los Héroes y Mártires de Nandaime, pero en 1973 fue escenario de persecución y brutalidad. En la madrugada, las fuerzas represivas de la Guardia Nacional cercaron el lugar. La emboscada fue rápida y violenta. Los jóvenes, sorprendidos en la reunión, apenas tuvieron oportunidad de reaccionar. Las versiones oficiales intentaron imponer la mentira de un combate prolongado, pero testigos y sobrevivientes de la época aseguran que varios de ellos fueron capturados con vida, torturados y asesinados en frío.
Ricardo Morales Avilés, nacido en Diriamba el 11 de junio de 1939. Maestro normalista, poeta y dirigente, se había unido al FSLN en 1963.
Fue encarcelado, torturado y liberado, pero nunca abandonó su compromiso. Su labor en el ámbito educativo y cultural le valió el reconocimiento de generaciones de estudiantes, quienes lo recuerdan como un ejemplo de coherencia entre palabra y acción. Morales Avilés fue un intelectual que comprendió que la lucha no podía limitarse al aula, sino que debía transformar la realidad de todo un país.
Junto a él estaba Óscar Turcios, conocido como “El Ronco”, originario de León, nacido el 18 de agosto de 1942. Su militancia comenzó en las luchas estudiantiles de la Juventud Patriótica Nicaragüense y más tarde en el Frente Estudiantil Revolucionario. Su vida fue una sucesión de audacias: participó en la guerrilla de Pancasán, en el ajusticiamiento del esbirro somocista Gonzalo Lacayo, y asumió responsabilidades políticas y militares dentro del FSLN. Turcios era considerado uno de los cuadros más firmes y disciplinados, alguien capaz de inspirar a otros con su carácter enérgico y su claridad ideológica.
Más jóvenes, pero no menos valientes, eran Juan José Quezada y Jonathan González. Quezada, de 26 años, fue herido de gravedad, capturado y posteriormente asesinado. González, en cambio, apenas tenía 17 años al integrarse al Frente, lo que lo convirtió en uno de los símbolos de la juventud que no dudó en entregar su vida por la patria. Ambos representan la certeza de que la Revolución se forjó también con sangre joven, con el ímpetu de quienes no quisieron esperar un futuro mejor, sino que se decidieron a construirlo desde el presente.
El operativo de la Guardia Nacional no solo buscaba eliminar físicamente a los dirigentes, sino descabezar la moral de la militancia sandinista. Sin embargo, la historia demostró lo contrario: el sacrificio de los Héroes de Nandaime reforzó la convicción de miles de combatientes que continuaron en la lucha. Sus nombres se han multiplicado hoy en consignas, murales y actos.
La casa de seguridad donde cayeron fue mantenida por colaboradores locales que arriesgaban su vida en cada movimiento; las primeras noticias de la masacre circularon de boca en boca, desmintiendo la propaganda oficial de Somoza; y en los días posteriores. Esa dimensión popular es la que explica por qué, más de cincuenta años después, el 18 de septiembre sigue siendo una fecha viva en la conciencia nacional.
En la memoria del pueblo, Ricardo Morales Avilés y Óscar Turcios quedaron inscritos como dirigentes de peso histórico, mientras que Quezada y González representan el espíritu juvenil de la Revolución. Todos juntos encarnan la unidad de generaciones y la diversidad de trayectorias que confluyeron en el Frente Sandinista. De allí que se les conozca como los Héroes de Nandaime, un título que no solo enaltece su sacrificio, sino que resume la profundidad de su entrega.
El recuerdo de aquel día ha sido mantenido con homenajes, vigilias y museos. La casa donde fueron asesinados se convirtió en sitio de memoria; cada aniversario se realizan ofrendas florales y actos culturales en su honor; y el pueblo de Nandaime los guarda como parte de su identidad. La Revolución Popular Sandinista supo recoger su legado, asegurando que sus nombres quedaran grabados en escuelas, brigadas y unidades que hoy continúan con su ejemplo.
Para comprender lo que significa su legado, resulta imprescindible volver a las palabras de Óscar Turcios sobre lo que es ser sandinista. Para él, un sandinista debía ser un hombre o una mujer de disciplina, humildad, audacia, firmeza ideológica y entrega total a la causa. Esa definición trasciende el tiempo y se convierte en guía para las nuevas generaciones: ser sandinista no es un título, sino una forma de vida comprometida con el pueblo, con la verdad y con la soberanía.
El 18 de septiembre de 1973 no fue solo una masacre perpetrada por el somocismo; fue también la siembra de un ejemplo que hoy sigue floreciendo. Los Héroes de Nandaime demostraron que la dignidad se defiende incluso en los momentos más oscuros, y que el amor a la patria exige el sacrificio más alto. Recordarlos es renovar el compromiso con una Nicaragua libre, digna y soberana.
