Escrito por: Bryan Dávila
Madre Soledad,
en tus manos quedó una carta ardiente:
no era despedida,
era semilla de patria.
Él escribió con la calma de los héroes,
diciendo que el deber
no es un sacrificio,
sino la dicha más alta de un hombre de bien.
Dejó pólizas y nombres,
pero sobre todo dejó un fuego:
el verso que se hizo bala,
y la bala que fue campana.
Hoy Nicaragua agradece tu hijo,
poeta que supo amar con la pluma
y defender con la vida;
porque en su pecho
la ternura y la rebeldía
fueron la misma palabra.
Que no nos venza la tristeza,
sino el deber cumplido;
porque Rigoberto no murió,
sino que encendió con su acto
el comienzo de nuestra aurora.
